sábado, 21 de abril de 2012

En el Hijo hemos encontrado la Vida


“Por la Victoria de Rey tan poderoso, las trompetas del cielo anuncien la Salvación”

“Por la desobediencia de un solo hombre fueron constituidos pecadores todos” (Rm. 5,19). Esta ha sido la realidad del hombre. Una humanidad que por la desobediencia, por la soberbia de alzarse contra la Ley Santa de Dios, cayó en la muerte profunda del pecado. Esa muerte era lo justo por desobedecer al que es su Padre y su Creador. Pero Dios, aun siendo justo, es enormemente misericordioso. Así, “Él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo como víctima expiatoria de nuestros pecados” (1 Jn. 4, 10) Éste, Jesucristo, Éste solo podía ser la víctima, la Hostia, la ofrenda digna y perfecta al Padre, pues Él solo es justo e inmaculado. Así, Dios Padre “no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros” (Rm. 8, 32). Se entregó al único Justo por los injustos. Él, que es justo, “tomó la condición de esclavo “(2 Cor. 5, 19), asumiendo y cargando con nuestro delito, con nuestro pecado, Él nos justificó ante el Padre. Él con el derramamiento de su Sangre Preciosa, dio muerte al pecado y con ello nos dio a nosotros la Vida, pues “Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo y no imputándole sus delitos” (Cor. 5, 19). Cristo pagó nuestra deuda y de una forma sobreabundante. Al hacerlo, lo que nos separaba del Padre, nuestro pecado, fue olvidado y eliminado, haciendo así posible la reconciliación del hombre con Dios al que había ofendido. “Como por la desobediencia de un solo hombre fueron constituidos pecadores todos, también por la obediencia de uno solo serán todos constituidos justos” (Rm. 5, 19). La muerte de Cristo, ha significado todo ello, pero por esta humillación de “someterse incluso a la muerte y una muerte de Cruz” (Flp. 2, 8), Dios Le ha levantado sobre todo y Le ha exaltado sobre toda la creación. En Él hemos sido renacidos, justificados y reconciliados con el Padre. Hemos sido reconocidos hijos en el Hijo, en el Hijo hemos encontrado la Vida. Puesto que Cristo murió, pero fue resucitado, nosotros “si morimos con Cristo, creemos que también resucitaremos con Él” (Rm. 6,8)

¡Alegría, pues, hermanos! Cristo nos ha justificado con su muerte y en su Gloriosa Resurrección vemos también nuestra vida. Así pues, vivamos como Cristo: obedientes en todo al Padre y humildes absolutamente ante nuestro Dios y nuestros hermanos, puesto que si nos entregamos a Él no quedaremos nunca defraudados, sino que viviremos con Él.
  
¡Un abrazo en Cristo resucitado!

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