“Por la Victoria de Rey tan poderoso, las trompetas
del cielo anuncien la Salvación”
“Por la desobediencia de un solo
hombre fueron constituidos pecadores todos” (Rm. 5,19). Esta ha sido la
realidad del hombre. Una humanidad que por la desobediencia, por la soberbia de
alzarse contra la Ley Santa de Dios, cayó en la muerte profunda del pecado. Esa
muerte era lo justo por desobedecer al que es su Padre y su Creador. Pero Dios,
aun siendo justo, es enormemente misericordioso. Así, “Él nos amó a nosotros, y
envió a su Hijo como víctima expiatoria de nuestros pecados” (1 Jn. 4, 10)
Éste, Jesucristo, Éste solo podía ser la víctima, la Hostia, la ofrenda digna y
perfecta al Padre, pues Él solo es justo e inmaculado. Así, Dios Padre “no
perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros” (Rm. 8, 32).
Se entregó al único Justo por los injustos. Él, que es justo, “tomó la
condición de esclavo “(2 Cor. 5, 19), asumiendo y cargando con nuestro delito,
con nuestro pecado, Él nos justificó ante el Padre. Él con el derramamiento de su
Sangre Preciosa, dio muerte al pecado y con ello nos dio a nosotros la Vida,
pues “Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo y no imputándole sus
delitos” (Cor. 5, 19). Cristo pagó nuestra deuda y de una forma sobreabundante.
Al hacerlo, lo que nos separaba del Padre, nuestro pecado, fue olvidado y
eliminado, haciendo así posible la reconciliación del hombre con Dios al que
había ofendido. “Como por la desobediencia de un solo hombre fueron
constituidos pecadores todos, también por la obediencia de uno solo serán todos
constituidos justos” (Rm. 5, 19). La muerte de Cristo, ha significado todo
ello, pero por esta humillación de “someterse incluso a la muerte y una muerte
de Cruz” (Flp. 2, 8), Dios Le ha levantado sobre todo y Le ha exaltado sobre
toda la creación. En Él hemos sido renacidos, justificados y reconciliados con
el Padre. Hemos sido reconocidos hijos en el Hijo, en el Hijo hemos encontrado
la Vida. Puesto que Cristo murió, pero fue resucitado, nosotros “si morimos con
Cristo, creemos que también resucitaremos con Él” (Rm. 6,8)
¡Alegría,
pues, hermanos! Cristo nos ha justificado con su muerte y en su Gloriosa
Resurrección vemos también nuestra vida. Así pues, vivamos como Cristo:
obedientes en todo al Padre y humildes absolutamente ante nuestro Dios y
nuestros hermanos, puesto que si nos
entregamos a Él no quedaremos nunca defraudados, sino que viviremos con Él.
¡Un abrazo en Cristo resucitado!
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